El
cerebro humano es la estructura más compleja en el universo.
Tanto, que se propone el desafío de entenderse a sí misma. El
cerebro dicta toda nuestra actividad mental -desde procesos
inconscientes, como respirar, hasta los pensamientos filosóficos
más elaborados- y contiene más neuronas que las estrellas
existentes en la galaxia. Por miles de años, la civilización se
ha preguntado sobre el origen del pensamiento, la conciencia, la
interacción social, la creatividad, la percepción, el libre
albedrío y la emoción. Hasta hace algunas décadas, estas
preguntas eran abordadas únicamente por filósofos, artistas, líderes
religiosos y científicos que trabajaban aisladamente; en los últimos
años, las neurociencias emergieron como una nueva herramienta
para intentar entender estos enigmas.
Las
neurociencias estudian la organización y el funcionamiento del
sistema nervioso y cómo los diferentes elementos del cerebro
interaccionan y dan origen a la conducta de los seres humanos. En
estas décadas hemos aprendido más sobre el funcionamiento del
cerebro que en toda la historia de la humanidad. Este abordaje
científico es multidisciplinario (incluye neurólogos, psicólogos,
psiquiatras, filósofos, lingüistas, biólogos, ingenieros, físicos
y matemáticos, entre otras especialidades) y abarca muchos
niveles de estudio, desde lo puramente molecular, pasando por el
nivel químico y celular (a nivel de las neuronas individuales),
el de las redes neuronales, hasta nuestras conductas e interacción
con el entorno.
Es
así que las neurociencias estudian los fundamentos de nuestra
individualidad: las emociones, la conciencia, la toma de
decisiones y nuestras acciones sociopsicológicas. Todos estos
estudios exceden el interés de los propios neurocientíficos, ya
que captan la atención también de diversas disciplinas, de los
medios de comunicación y de la sociedad en general. Como todo lo
hacemos con el cerebro, es lógico que el impacto de las
neurociencias se proyecte en múltiples áreas de relevancia
social y en dominios tan disímiles. Por ejemplo, la neuroeducación
tiene como objetivo el desarrollo de nuevos métodos de enseñanza
y aprendizaje, combinando la pedagogía y los hallazgos en la
neurobiología y las ciencias cognitivas. Se trata así de la suma
de esfuerzos entre científicos y educadores, haciendo hincapié
en la importancia de las modificaciones que se producen en el
cerebro a edad temprana para el desarrollo de capacidades de
aprendizaje y conducta que luego nos caracterizan como adultos.
Al
tratarse de un área fundamental para el conocimiento humano,
resulta comprensible y necesario que los procesos de la
neurociencia no queden solamente en los laboratorios, sino que
sean absorbidos y debatidos por la sociedad en general. Si nos
hacen un trasplante de riñón o de pulmón, seguimos siendo
nosotros mismos. Pero si nos cambiasen el cerebro, nos convertiríamos
en una persona distinta.
A
pesar de la complejidad, la investigación en neurociencias ha
arribado a conocimientos clave sobre el funcionamiento del
cerebro. Un ejemplo de estos avances ha sido el descubrimiento de
las neuronas espejo, que se cree que son importantes en la imitación,
o el hallazgo de que las neuronas pueden regenerarse y establecer
nuevas conexiones en algunas partes de nuestro cerebro, al tiempo
que se pierden otras. Distintos estudios han permitido reconocer
que la capacidad de percibir las intenciones, los deseos y las
creencias de otros es una habilidad que aparece alrededor de los
cuatro años; también, que el cerebro es un órgano plástico que
alcanza su madurez entre la segunda y tercera década de la vida.
Las
neurociencias, a su vez, han realizado aportes considerables para
el reconocimiento de las intenciones de los demás y de los
distintos componentes de la empatía, de las áreas críticas del
lenguaje, de los mecanismos cerebrales de la emoción y de los
circuitos neurales involucrados en ver e interpretar el mundo que
nos rodea. Asimismo, han obtenido avances significativos en el
conocimiento del correlato neural de decisiones morales y de las
moléculas que consolidan o borran los recuerdos; en la detección
temprana de enfermedades psiquiátricas y neurológicas, y en el
intento de crear implantes neurales, que en personas con lesiones
cerebrales e incomunicadas por años permitirán leer sus
pensamientos para mover un brazo robótico.
Se
vuelve evidente que, a partir de hallazgos como estos que han
visto la luz en las últimas décadas, las neurociencias hayan
despertado cierta expectativa de que finalmente entenderemos desde
grandes temas, como la conciencia humana o las bases moleculares
de muchos trastornos mentales, hasta temas cotidianos, como por qué
la gente prefiere una gaseosa a otra. Sin embargo, debe haber un
real debate sobre los hallazgos en el estudio del cerebro, sus
limitaciones y las posibles implicancias y aplicaciones de la
investigación.
En
primera instancia, es importante que se reflexione respecto de qué
preguntas se ha de abordar. Es decir, debemos discutir sobre cuáles
son las preguntas relevantes y por qué lo son. Por ejemplo,
algunos estudios se han enfocado en perfeccionar métodos de
neuroimágenes a fin de detectar si una persona está mintiendo. Más
allá del debate sobre la metodología de estos estudios, quizá,
como primer paso, debamos preguntarnos: ¿qué es mentir? En
distintos países se intenta utilizar la tecnología en neuroimágenes
para determinar la culpabilidad o no de un acusado y, sin embargo,
hay aún un gran debate académico-científico sobre qué
significa ser responsable de las acciones propias.
Hace
unos días regresé del exterior en avión y, al sobrevolar de
noche la Capital Federal, pude observar con claridad las luces de
la ciudad. Esa visión me permitió percibir la intensidad de la
metrópolis, aunque obviamente me resultaba imposible auscultar
las conversaciones, los sueños, las tristezas y las alegrías que
sucedían siquiera en una de sus esquinas, sus casas o sus bares.
Cabe entonces preguntarse si, cuando observamos un patrón de
activación cerebral específico estamos viendo, por ejemplo, las
bases neurales de la mentira o si, por lo contrario, estamos
presenciando el modo en que el cerebro se activa cuando mentimos.
Contrariamente a lo que puede interpretarse, las imágenes
cerebrales no nos dicen si una persona está mintiendo o no: más
bien, muestran ciertos estados de ánimo, como la ansiedad o el
miedo que vienen asociados con la mentira. Esta sutil diferencia
puede traducirse en destinos muy diferentes. Además, estas
definiciones se basan en las estadísticas derivadas de los datos
obtenidos mediante grupos de personas de tamaño variable, que
fueron evaluados en su mayoría en un entorno de laboratorio. Dado
el marco artificial, los márgenes de error y otras limitaciones
inherentes, pareciera que la detección de determinados estados
mentales no es tan fácil como se afirma a menudo. De allí que su
uso en ámbitos tales como el sistema legal requiera de una
reflexión conjunta y consensuada.
Como
describe un editorial reciente de una revista científica, hay una
creencia persistente que está alimentando una neuro-inspirada
industria del marketing centrada en analizar las percepciones de
los consumidores y los gustos y, a partir de eso, predecir su
comportamiento. Empresas de "neuromarketing", por
ejemplo, prometen la producción de "datos científicos
irrevocables" revelando no lo que dicen las personas sobre
los productos, sino "lo que realmente piensan".
Otro
debate interesante es aquel que se propone acerca del uso de
drogas que aumentan la capacidad cognitiva en personas sanas. La
neuroética consiste en la reflexión sistemática y crítica
sobre las cuestiones éticas, legales y sociales que plantean los
avances científicos del estudio del cerebro. Se ocupa no sólo de
la discusión práctica sobre cómo hacer investigaciones en esta
área de manera ética sino que se interroga también sobre las
implicancias filosóficas, sociales y legales del conocimiento del
cerebro.
El
estudio neurocientífico resulta apasionante, innovador y, más
allá de sus alcances, ha logrado progresos que han sido claves
para comprender mejor diversos mecanismos mentales críticos en el
funcionamiento cerebral. Además, descubimientos en este campo han
permitido una mejor calidad de vida para millones de personas con
condiciones psicológicas, neurológicas y psiquiátricas.
El
desafío científico es inmenso, ya que se formula muchas de las
preguntas que desde siempre la civilización se ha realizado, como
el origen del pensamiento, qué es la conciencia o si tenemos
libre albedrío. Aunque aprendimos mucho de procesos cerebrales
específicos, todavía no hay una teoría general del cerebro que
explique su funcionamiento general e incluso, quizá, no la
tendremos nunca -un reconocido neurocientífico decía que abordar
la pregunta sobre cómo funciona nuestro cerebro es como intentar
saltar tirándose de los cordones-. Sin embargo, el actual marco
intelectual y metodológico es muy promisorio. Es fundamental que
exista un diálogo entre las neurociencias y los diferentes
dominios de la sociedad.
Resulta
necesario y estimulante que distintas disciplinas y escuelas
discutan cómo se aborda científica, intelectual y metodológicamente
uno de los desafíos más fascinantes de nuestra época: pensar
nuestro cerebro.