Según
la psicóloga Jeannette Hamui, la obesidad puede ser una adicción
peor que el alcoholismo. Por experiencia propia señala que se
padece un calvario.
MAGDALENA
HERRERA
Alicia
se despertó en el hospital y lo primero que vio fue a una mujer,
que no sólo le llamó la atención por su aspecto físico y las
vendas que le rodeaban su enorme cuerpo, sino por su mirada. Era
algo más profundo que la tristeza. Más repuesta, y una vez en
casa, Alicia se miró al espejo. Además de los ojos hinchados y
negros -producto de su accidente de tránsito- vio nuevamente a
esa mujer. A ella misma. Comenzó a recordar lo que no le diría a
nadie: por distraerse y comer unos chips, había provocado un
choque que había dejado una niña en muletas que, según los médicos,
se recuperaría, pero ¿y ella?.
Así comienza la pesadilla de una mujer obesa en Alicia en el país
de las quesadillas (cuando comer ya no es placer), de Editorial
Planeta, de la reconocida psicóloga clínica mexicana Jeannette
Hamui Abadi. El libro recorre la vida de una joven contadora que
maneja los números como nadie pero no logra controlar su adicción
a la comida. No siempre fue gorda, bajó y subió de kilos toda su
vida. Pero había llegado un momento en que nada la contenía: si
estaba contenta, comía; si se encontraba angustiada, como la
mayor parte del tiempo, se atiborraba hasta no poder más. El
placer duraba un instante y volvía la tristeza, y nuevamente se
encontraba frente a la heladera.
La
autora de Alicia en el país de las quesadillas tuvo que vivir su
propio calvario para llegar a narrar esta historia, que reúne
tintes autobiográficos con experiencias de pacientes. Desde
Ciudad de México, en entrevista telefónica, Jeannette Hamui
Abadi, confiesa que la última vez que se pesó, en estado de
obesidad, observó 102 kilos en la balanza. Y llegó a superarlos,
en algún momento. Hoy, con 65 kilos, habla de una adicción,
"como quien se encadena al alcohol o las drogas luchando
contra un demonio tiránico y brutal en el fondo de un pozo sin
salida". Pero existe una puerta, señala, una vez que la
persona es consciente de su adicción.
-¿Cuándo
comer ya no es un placer?
-Cuando
tu vida gira en relación a la comida. Mientras uno come
experimenta placer, se tenga o no el problema. Pero en muchos
casos, ingerir e ingerir tapa otros problemas. En el momento que
se deja de comer, por ejemplo, vuelve la depresión, una mala
relación en la vida o la situación que se trate. Ese placer se
transforma en un círculo demoníaco: cada vez se necesita más y
más comida.
-¿Cómo
se da cuenta uno que es adicto?
-Cuando
la comida se transforma en una obsesión. Comienzas a pensar que
como estás contenta y vas a una fiesta, tenés que comer. Como te
encuentras triste, nada mejor que un buen pedazo de pastel.
Constantemente estás pensando en eso. Aquí en México, tenemos
graves problemas de inseguridad pública. Sin embargo, tuve
pacientes que llegaron a salir a las tres de la madrugada a buscar
algo, pese al peligro. Es una obsesión, muy similar a lo que
ocurre con el alcoholismo y la drogadicción.
-¿Todos
los obesos son adictos o existen otras causas?
-Existen
causas médicas, trastornos del metabolismo, que tienen que verse
con especialistas. Pero la mayoría de los casos combinan
problemas físicos con psicológicos. Es multifactorial. Muchas
veces la obesidad se trata atacando la depresión. Se enfrenta un
problema y se resuelve otro.
EXPERIENCIA.
La psicóloga mexicana comenzó a escribir hace muchísimos años,
antes que resolviera su propia adicción por la comida, como una
suerte de catarsis sobre lo que le estaba sucediendo. "Se fue
haciendo solo, con mi experiencia, y con la de mis pacientes. Creo
que fui psicóloga clínica para buscar una solución a mi
problema. Se unió mi necesidad con la carrera", cuenta.
-Comienza
el libro con una situación muy traumática. ¿Por qué?
-Tenía
cosas escritas desde hace muchos años. Un día llegó una
paciente que me contó un accidente de tránsito. Chocó por comer
unas papas. Ahí -hace más de dos años- comencé a escribir
Alicia en el país...
-¿Es
difícil darse cuenta que se tiene esa adicción?
-Muy
difícil y doloroso, uno se niega. Yo estudié profundamente el
alcoholismo y la drogadicción, y me daba cuenta que era lo que me
pasaba. Sin embargo, iba a mi terapeuta y le contaba que sentía
lo mismo que un alcohólico y ella me decía: no, no es lo mismo,
simplemente dejá de comer. Hasta que, en mis tantas búsquedas,
consulté con una doctora que me corroboró lo que yo sentía. Era
una adicción. Pero cuesta muchísimo aceptarlo. Uno siempre
piensa, y hasta escucha: `si con una dieta ya te compones, ya está`.
Sin embargo, se pasa años recorriendo y recorriendo médicos,
bajando y subiendo de peso. Es una enfermedad curable, pero
progresiva y puede ser mortal.
-Cuándo
es una adicción, ¿de dónde proviene la enfermedad?
-Es
bien feo lo que voy a decir pero todos los humanos tenemos
neurosis. Pero el gordo tiene esa neurosis hacia fuera y se le
nota. Además, tengo que aclarar que el gordo es rechazado,
discriminado, burlado. Se sufre mucho en un mundo que no acepta la
obesidad.
-¿Siempre
es necesario una terapia psicológica en esos casos?
-Sí,
100% necesaria. No creo que la obesidad, el alcoholismo o la
drogadicción puedan controlarse únicamente con abstinencia. Además,
la adicción a la comida es algo muy primario, dificilísimo de
contener, más aún que el alcoholismo o el tabaquismo. En México,
con la influencia de la comida chatarra, desgraciadamente nos
encontramos en el primer lugar en obesidad infantil. El gobierno,
ahora, está tomando cartas en el asunto ya que de dos años a
esta parte vio que le está siendo carísimo todas las
consecuencias de la obesidad.
-Su
libro sugiere que no existe solución mágicas pero es
esperanzador. ¿Por qué lo hizo en género novela?
-En
primer lugar está la negación, nadie que la padezca quiere
hablar de gordura. Busqué, a través del libro, que la gente se
identificara, sin resultar agresiva. No quise hacer algo teórico
ya que los gordos están cansados que le digan hacé esto o lo
otro. Una amiga, del grupo Comedores Compulsivos, se tomó un taxi
no hace mucho. El taxista se le puso a decir que le iba a dar el
nombre de un médico con el que había hecho una dieta. Mi amiga
lloraba. Con el libro, por mails y llamados que recibí desde México
y Estados Unidos, se identifican y acuden a pedirme ayuda. `Tengo
lo mismo, ayúdeme", me dicen. Quería lograr eso: que la
gente se reconociera y tomara la responsabilidad del problema, sin
sentirse culpable de su enfermedad porque no lo es. También es
una tirada hacia los médicos porque aquellos que no vivieron la
experiencia no pueden ponerse en el lugar del paciente.
-¿Qué
cosas prácticas le sirvieron a usted en lo personal?
-Dejar
la balanza fue un primer paso. La doctora me dejaba pesar cada
tres meses. Escribir todo lo que me sucedía también me liberó.
Hoy, con 65 kilos, estoy en paz. Pero debe tenerse cuidado porque
esto es para siempre, puede haber recaídas. Cuesta mucho hacerlo,
fundamentalmente cuando te conectas con lo profundo de tu psique.
Hay gente que abandona y dice: `voy a hacer una dieta, tomar una
pastillita que me quita el hambre y ya`. Pero te quita todo, la
vida también. Lo importante es hacerte responsable de lo que
tienes. Es como el diabético; he visto algunos comer chocolate y
luego toman la píldora. No es así. Pero hay otras personas que
responden muy bien. A mí me decían que algún día iba a dar
gracias a esta enfermedad y yo pensaba que estaban mal de la
cabeza, que nadie podía agradecer la obesidad. Todavía no sé si
puedo decir gracias pero si ayudé a mucha gente de México y
también a lo lejos, a través de Internet.